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Los cuerpos y las sombras  

 

Los cuerpos y las sombras,
Ed. Edhasa,
2014
pp. 234

 

Quarta di copertina

En febrero de 1977 un comando del ERP tenía preparado un atentado contra Videla y gran parte de su gabinete. Pese a estar perfectamente planeado, una serie de descuidos y detalles menores lo malograron. ¿Qué consecuencias hubiera tenido para la Argentina? ¿Cuál habría sido nuestra historia si la operación culminaba con éxito?
Casi al mismo tiempo, en Texas, Kiko y Boom Boom, un par de hampones que esperan un golpe de suerte, escuchan a El Rey, el narcotraficante que manda en la zona. Les acaba de encargar un trabajo: ajustar las cuentas con una mujer que se quedó con algo que no le correspondía. Algo grande. Y cuando el encuentro termina, El Rey vacila. Ese dúo no le merece tanta confianza. Recluta a un tercero para que lo siga y lo vigile. El destino final es la provincia de Santa Fe, muy cerca de donde los ex militantes ponen al día sus historias de vida y unos policías relegados velan por el orden de un pueblo.
Basada en hechos reales, Los cuerpos y las sombras es una novela atrapante. Es el cruce de dos mundos: pistoleros que matan sin mirar a quién y viejos guerrilleros que siguen presos de las paradojas de la historia, y que no alcanzan a descubrir si fue un alivio o una fatalidad que aquel atentado fracasara. De la novela política al thriller, de los setenta a la actualidad, de la militancia revolucionaria al fango del narcotráfico, Eduardo Sguiglia escribió un libro que retrata dos épocas sin igualarlas. Cada una tiene su épica y su horizonte de violencia. Pero solo una de ellas está dominada por la codicia, la crueldad y la ausencia de misericordia.

 


La prima pagina

   Sabía que mi suerte tarde o temprano iba a cambiar. Les aseguro que lo vi venir. Lo percibí en el aire. En mi humor. Dos o tres veces tuve esa sensación. Tres veces. La última vez estaba en el patio, solo, fumando. Entonces sentí que una época llegaba a su fin. Aunque nunca supuse que todo ocurriría de repente, de un momento para otro. De un verdadero plumazo. Tendría que haberlo previsto. Tendría que haber reaccionado. No lo hice. Saber cuándo la suerte va a cambiar te salva. Así es. Había leído esa verdad en un cuento maravilloso mucho tiempo atrás. Ahora es tarde. Muy tarde, quizá. No supe anticiparme. Me fallaron los reflejos. Y la intuición. Sí, la intuición también. Algunas veces se me antoja pensar que el hombre, por alguna razón misteriosa, permanece en sitios o en juegos donde no lo necesitan. Donde no hay lugar ni suerte para él... ¡ Qué imbécil! La buena racha habí comenzado en el África, se había prolongado en México y luego en la vuelta a la Argentina. En especial en Argentina, en este lugar, rodeado de campos serenos y hermosos. De un mundo azul y verde. Un mundo que se destruyó rápido. Como un castillo de naipes. Ese tipo, el que enfrenté, traía la destrucción en los ojos. No era la primera vez que tenía unos ojos como esos delante de mí Recuerdo otros parecidos. En el Congo. No, en el norte de Angola. Pero me arriesgué. Así he sido siempre. Aunque en esta oportunidad me sentí un poco viejo. Me temblaron las manos. ¿Importa esto, ahora? No. No tiene ninguna importancia.


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