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Eduardo Sguiglia

Eduardo Sguiglia

 

Recensioni su

Ojos negros

 

 


Veintitres - Victor Ego Ducrot

Perfíl - Rafael Bielsa

Página 12- Sergio Kisielewsky

Ámbito Financiero - Emilia de Zuleta

La Nación - Jorge Consiglio

El placer de la lectura lunes - Pepe Rodríguez

Culturamas - Benito Garrido

Noticias EFE - Alfredo Valenzuela

Ideal.es - José María

 


da Veintitres

Una cazuelita de Ojos Negros

Para Miguel la aventura, para Eduardo los lauros. Por sus mariscos y letras.

Por Víctor Ego Ducrot

¡Qué días los que corren! No nos da el tiempo para tanta causa justa. Por un lado patear las calles para que le Ley de Medios sea una realidad; por el otro no olvidar cómo es que Clarín y sus pollitos mienten a lo bobo (¿vieron la de macanas que inventaron contra las compus para las escuelas?). Les recomiendo leer en Internet redusers.com: clarín desinforma sobre la netbook de Cristina; y por supuesto –no hace falta que lo aclare-, defender en todo lo que sea al gobierno nacional cada vez que la derecha la emprende contra él. ¡Ah!, me olvidaba: Macri debe ser sometido a juicio y dejar el gobierno de nuestra bendita Santa María de los Buenos Aires.
Con tanto laburo a veces se hace difícil encontrar un huequito para los disfrutes, como el de la lectura, el morfi y la cocina. La semana pasada anduve corto de reloj y ni les cuento de morlacos (el que no tiene complejos para disponer de la guita ajena es el farabute del juez Griesa…¡Griesa, compadre…!; no se preocupen, no terminaré la frase). Entonces no visité boliche algunos, de esos que suelo recomendarles; y por eso se me ocurrió hoy contarles la historia de una cazuela de mariscos con la que ya hace un tiempo me agasajó mi querido amigo Eduardo Sguiglia, novelista el hombre: ¿se acuerdan de Fordlandia?
Pero como decía mi abuela, no me apuren si me quieren sacar bueno. Antes de entrar en plato permítanme recordar muy brevemente lo que le sucedió a otro amigo (lo vamos a llamar Miguel). Cuando ciertos farabutes, esta vez vernáculos y con nombres completos, Fernandito de La Rúa y Dominguito Cavallo, por mandato de los conocidos de siempre dejaron al país en pelotas, el pobre Miguel, desempleado como millones y sin un mango como más millones, decidió pirar para el África. Y en que balurdo se metió: quedó atrapado en cuanto bolonqui ustedes puedan imaginar que quedan atrapados los que se dedican a tráfico de piedras preciosas.
En fin, no les voy a narrar lo que le sucedió después, porque resulta, y perdón por la mantireja, que Miguel no es amigo mío sino que es el personaje principal de Ojos Negros, la última novela de Eduardo Sguiglia, por estos días en las mejores librerías de su barrio, que no es lo mismo que en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero (vieron que nuestros vendedores ambulantes ya no recurren a esa frase…¿por qué será?).
Aquella cazuela de don Sguiglia, recuerdo, contenía todo lo que una buena cazuela de mariscos debe contener ( no como esas truchas que ofrecen algunos bodegones, con un camaroncito lastimoso y meta calamar, para que aumente y enllene): camarones claro, y algo de calamares también, pero además muchos bichos varios, como mejillones, berberechos, cayos de vieiras, pulpo, almejas y ¡qué se yo!, sobre un sofrito de tomates, cebollas, ajos, pimiento y yuyitos o hierbas aromáticas; y gozadoras las bestiezuelas del mar en tanto caldo de pescado, vino blanco y ciertos besos de ají del que pica, sin abusos, para no andar después a la puteadas y con la lengua que parece de dragón.
Buenos Aires, abril de 2010. Mi querido Eduardo. Lo felicito sinceramente por la nueva novela. Me atrapó su África; y a propósito, no hace mucho me hablaron de un restaurante en nuestra ciudad que se aplica a la cocina de ese querido continente. Si usted lo conoce o algún lector de esta carta tiene el dato, por favor pasarlo. Me comprometo. Lo invitaré a vuestra excelencia y señora, mi también querida amiga doña Marx, a darnos una panzada. Al fin y al cabo, y como usted sabrá, pese a que los garcas se hacen los distraídos, la culinaria argentina mucho le debe a la maravillosa tierra de Lumumba y tantos otros. ¡Salute y venda muchos ejemplares!

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da Perfíl, 25 aprile 2010

La madurez creativa de un narrador
por Rafael Bielsa

Jim Thomson, el autor de 1280 almas resumió su arte novelístico en una frase: "Hay 32 maneras de escribir una historia y yo las he usado todas, pero sólo hay una trama: las cosas no son lo que parecen". En Ojos negros nada es lo que parece, ni siquiera Ojos negros. Parece que el mexicano Modesto vargas es el personaje, pero enseguida el personaje es el africano Pierre. Pero no, parece que no es Pierre, sino la epidemia. Y luego aparece la primera persona, el narrador argentino. Pero así como aparece, desaparece y vuelve a aparecer. Si Ojos negros cumple con la prescripción acerca de lo que debe ser una trama, Sguiglia escribe con limpieza y soltura en varias de la 32 maneras que hay de escribir una historia.
   Una remota poesía está pegada a los huesos de la novela. El lenguaje es magro, como un corredor de larga distancias, y preciso como los dedos de un cirujano neurológico. Hay una distancia infatigable entre lo relatado y quien relata, como si la voz deseara no tocar aquello a lo que se refiere porque supiera que cualquier vibración va a disolverlo como a una figura de polvo de madera. Ojos de poema, filo de palabra, sombra de abismo, entonces.
   En Ojos negros nadie dice toda la verdad, y por eso en la novela nada es como parece. Ese recurso pruduce el efecto de trompe l'oeil, como resultado del cual ninguna de las pistas conduce a ninguna parte. Los indicios del crimen están ocultos, los amigos no necesitan hablar para entenderse aunque no se sabe con claridad qué es lo que dicen los silencios.
   Pero una trama, además de cosas que no son lo que parecen, se viste. Sguiglia cuelga sobre los ángulos de la suya humo de incienso, turbación de paganismo, alcohol de perdición, dientes jóvenes y estropeados, huellas frescas. Además de vestirse, alienta. El aliento de Ojos negros huele a ráfagas de viento que borran las cenizas, a mareas que bajan para siempre, a hombres que hacen tiempo, a nombres olvidados, a objetos baratos arrinconados. Y además de vestirse y alentar, muestra sus alhajas: hombres blancos en confines que los hacen parecer frutos del paraíso, aborígenes arrogantes como emperadores, bosques color verde extravío, mitos que proyectan sombras rojas, mentiras opulentas. Y todo eso, vestidos, alientos y joyas, va conformando una prosa que fluye mientras sentimos que por debajo fluye otra cosa. Otras historias. La de un hombre que quiso ser y terminó por aceptar que no había sido, la de un país distinto al que soñó ese hombre, la que resumió Herodoto: "No puede llamarse feliz a un hombre mientras esté vivo porque nunca se sabe qué puede acontecer".
   De hecho, en Ojos negros nunca se sabe qué puede acontecer, porque sus personajes no parece importarles demasiado qué va a pasar con ellos y porque el autor pareciera no dar demasiada importancia a los hechos que narra. Esa es una de las 32 maneras en que, según Jim Thompson, puede escribirse una historia. Porque un hecho, aparentemente sin importancia, la adquiere treinta páginas más adelante y porque lo que les pasa a sus personajes adquiere un significado cegador en un párrafo futuro. Eso se llama la madurez creativa de un narrador: no necesita ni de un potenciómetro ni de luces estroboscópicas para dar a entender lo que le interesa narrar. Un escritor nobel no construye una tormenta marítima sólo con un terreno seco y unas ramas espesas, ni transmite angustia con una brisa que sopla a ras del suelo.
   Borges, espantado, dice que cuando Horacio Quiroga escribe: "Si un viento frío sopla del lado del río, hay que escribir simplemente: un viento frío sopla del lado del río, construye una expresión deliberadamente prosaica. Ojos negros muestra que tenía - en esto - razón Quiroga, porque cuando Sguiglia escribe: "en la oficina había un mástil con los colores rojo y negro, un retrato del presidente, un escritorio y un par de sillas", si bien quiere decir que "en la oficina había un mástil con los colores rojo y negro", también quiere decir - y dice - mucho más. Y el lector lo escucha, y se estremece. El autor as&iacu6te;, lograsu objetivo, y esta es una constante de toda la novela, yo diría, un elemento "estructural".
   Como queda dicho, para Jim Thompson hay 32 maneras de escribir una historia, pero sólo hay una trama: las cosas no son lo que parecen. "Estaba cansado de mentir. De ser otro del que en realidad era. A lo mejor un objetivo superior justificaba ese método. Tal vez la vida o la libertad. Pero en ese momento, no lo tenía." ¿Quién escribió esta frase? ¿Eduardo Sguiglia o Jim Thompson? Tiene un modo de averiguarlo: lea Ojos negros o 1280 almas.

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da Página 12, 23 de mayo 2010

Los diamantes son eternos
De la crisis de 2001 a las aventuras africanas, Ojos negros arma un periplo existencial que busca jugarse el todo por el todo.
por Sergio Kisielewsky

   Si en El cielo protector Paul Bowles elige varios narradores para el abordaje de una acción de derrota de unos seres refugiados y perdidos en el corazón del desierto, Ojos negros apoya el peso de su fuerza narrativa en una trama policial que va de Africa a México. Son historias de peregrinos, claro, lo que los une.
   Modesto Vargas, un detective a punto de jubilarse, descubre unas grabaciones sospechosas. En el camino entre el Congo y Angola, Miguel, un argentino en apuros por la crisis, sin trabajo, es testigo de las secuelas de la guerra, la mafia de los diamantes y las andanzas de los rufianes de turno. Creencias, crímenes y correrías. Sin prisa pero sin pausa la escritura se convierte en un mapa donde desfilan los paisajes desolados y las costumbres de un lugar ajeno, árido, inconmovible. Miguel por supuesto está aterrado y lo disimula con dignidad. Encuentra y desanda amistades con la frecuencia de un minutero y llega a entender a esos pueblos extraños cuando ya debe regresar a Buenos Aires. No es sencilla ni liviana la mochila que carga Miguel y no sólo porque en ella debe transportar joyas. Viene de separarse de Alicia, está desocupado luego de la gran crisis de 2001 en la Argentina y acepta un encargo por lo menos riesgoso en una zona a priori exótica y lejana. Es la tierra en que alguna vez luchó Lumumba, el héroe de la Independencia del Congo, y gran parte de los angoleños, pero ahora las cosas tienen otro color, el mundo cambia tan de prisa que no hay forma de que el vértigo se transforme en un modo de pensar. “El quid está en liberar el brillo”, escribe Sguiglia mientras los diamantes se tragan para luego venderlos.
   El narrador suelta el pie del freno y da con un modo de decir cuando conoce a Laura, una médica trotamundos que sólo se calma mediante el trabajo y el deseo, o con Didí y Pierre cuando realizan un viaje a la intimidad del desierto y a la de sus vidas trashumantes. Didí confesará entre caminos polvorientos y gasolineras que fue feliz trabajando en una carnicería en Rotterdam. Y entonces el lector se pregunta si las últimas partes son las mejores cuando el tono se asemeja a algo familiar. Miguel militó en los ’70, es un sobreviviente, y más de una vez tuvo que saltar por los muros y arañar las piedras. Aunque ahora no es un chico y ya no escucha a su padre, aunque tenga que escapar de un detective mexicano que sólo busca jubilarse con el trofeo ajeno, Miguel será una y otra vez pieza de relojería de un cálculo que no siempre es exacto. Ni en la vida ni en la escritura. Pero que reconcilia a la necesidad vital de jugarse el todo por el todo con las ansias de aventuras y de viajar para después contarlo.

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da ámbito financiero, 9 de Junio 2010

Atrapante novela de Eduardo Sguiglia
por Emilia de Zuleta

   Hubo un tiempo, en el siglo XX, en que salíamos a la caza de lo que se llamaba -impropiamente- best sellers. Una fórmula que el tiempo fue agotando, a fuerza de artificio. Eran temas de actualidad, la banca, el petróleo, la medicina, la codicia de las grandes empresas, las reivindicaciones feministas, que culminaban en uno o varios crímenes; más la adición de oportunos intermedios eróticos, todo sazonado por estrés, tranqulizantes, mención de restaurantes, perfumes, cigarrillos, bebidas, etcétera. La fórmula estaba pergeñada de tal modo que hacía sospechar la intervención de varios asalariados, expertos en los diversos ingredientes. El buen olfato descubría el artificio y, generalmente, el engendro culminaba en versión cinematográfica, generalmente inferior al original.
   La industria editorial, también con buen olfato, acudió a la reedición de los grandes clásicos del género, desde Simenon, a Conan Doyle; y a la búsqueda en Italia, los países del Este, Escandinavia, logrando buenos resultados.
   Por eso, encontrarse ahora con esta impecable novela de Eduardo Sguiglia, «Ojos negros», nos arropa en la certeza de que aquellas atrapantes primeras novelas del bestsellerismo, anteriores a su degeneración artificiosa, no están del todo muertas y han dejado su herencia.
   Sguiglia conoce bien la historia que cuenta porque recorrió aquellos infiernos de Congo y Angola y la trata de diamantes. Vivió su corrupción y su impiedad. Anuda con ritmo experto lo que el lector sigue con interés inagotable. Sintetiza en un marco rítmico, con pausas sabias, el desarrollo del relato. Y da a cada personaje su circunstancia, con una verosimilitud que inspira curiosidad, expectación o desconfianza, que la marcha de la historia confirmará o dejará abierta a la imaginación que interviene en todo tiempo en la relación autor-lector. Que todo este recorrido de lugares, de tiempos retrospectivos de tiempos presentes que lleva un narrador en primera persona y que periódicamente es escuchado en versión grabada, por un investigador rudo, primitivo que va evolucionando sin que nos demos cuenta, esté encerrado en ciento sesenta y dos páginas que no se pueden soltar, es una sorpresa deliciosa para el aficionado a sumergirse en otros mundos extraños, sin volver páginas atrás a revisar si algo se le escapó. El lector, a los diez minutos de lectura, descarta el señalador porque este viaje no lo necesita, ya que la mano de un experto conocedor de un retazo del mundo y que cuenta lo que sabe con honestos recursos: calma, violencia, sorpresa, elusión, alusión y pluma segura nos llevará a un buen puerto.
   Eduardo Sguiglia (1952) es argentino. Ha publicado en el paìs y en el exterior y ha sido premiado varias veces. Lamentablemente no lo hemos visto figurar en el seudo canon local. Bienvenido.

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da La Nación, Microcríticas, 12 de Junio 2010

Ojos negros
por Jorge Consiglio

   AUTOR: Eduardo Sguiglia nació en Rosario en 1952. Vivió algunos años en México y desde 1983 reside en Buenos Aires. Fue profesor de la UBA y primer embajador argentino en Angola. Escribió varias investigaciones y ensayos con los que ganó dos veces el Permio Nacional de Economía. También es autor de varias novelas y relatos, entre ellos, Fordlandia, que fueron distinguidos internacionalmente.
   TEMA: Miguel, ex guerrillero y desocupado luego de la crisis de 2001, acepta un encargo y parte hacia África, donde se involucra en el tráfico de diamantes y se enamora de una médica. Su periplo termina en México. Allí un policía se entera de su historia a través de una grabación hecha por el propio Miguel, quien en su lucha por la supervivencia reafirma su identidad como aventurero temerario.
   OPINIÓN: Hay dos elementos que hacen de Ojos negros una muy buena novela. El primero es el ritmo del relato: su prosa se caracteriza por oraciones cortas y eficaces que agitan la trama a pura acción y mantienen siempre alta la atención del lector. El segundo se relaciona con la estructura: mediante la alternancia entre pasado y presente se resuelve la intriga de manera ejemplar. Muy recomendable.

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El placer de la lectura lunes, 30 de abril de 2012

por Pepe Rodríguez

El autor de Fordlandia (Siruela, 2004) Eduardo Sguiglia vuelva ahora con otra obra de fuerte contenido social, Ojos Negros. Conocedor del mundo africano, no en vano fue embajador de Argentina en Angola, confiesa que el conocer la región de Las Lundas, donde se producen algunos de los mejores diamantes del planeta, fue el germen de esta obra. Allí también pudo conocer al escritor angoleño Pepetela cuya cita abre el libro y resume el leitmotiv de sus personajes, algo así como que podemos quedarnos sentados viviendo una vida normal o podemos decidir lanzarnos a buscar la vida de verdad. El escritor nos habla en lo que pudiera ser una novela de aventuras o un guión de un largometraje de acción del cambio de vida de un argentino de principios de siglo, con un matrimonio que hace aguas y sin oficio actual quien acepta la propuesta de viajar al Congo en busca de un veterinario emigrado allá, para conseguir su firma en unos documentos. Oímos la voz del protagonista, Miguel, quien en primera persona cuenta su viaje por el Congo y por Angola conociendo a traficantes de diamantes, guerrilleros, abogados, mineros, hombres y mujeres explotados mientras localiza y negocia con Tony, el veterinario que ha dejado su oficio para hacerse administrados de una mina de diamantes. Cuando todo parece resuelto o quizá lo contrario cuando la única salida es la perdición, aparece Laura, una doctora italiana quien junto con un golpe de suerte (buena o mala lo decidirá el lector) le darán los arrestossuficientes para urdir un plan.
Quien enciende y apaga la grabadora con la voz de Miguel es el comisario Vargas, un policía mexicano, cuyo engarce con la historia desconocemos y que sólo en la montaña rusa final encajará como pieza del puzzle.
El ritmo vertiginoso es la característica más destacada de Ojos negros. Sin buscarlo conscientemente el autor, según nos confiesa, consigue transformar la aventura en un alegato contra el tráfico de diamantes que no dejará impávido a nadie.
Conrad, Mankell incluso Georges Arnaud y su obra El Salario de miedo, son evocados e invocados desde sus páginas, mientras sus tres personajes llaman a la puerta de la suerte con resultados inciertos.
“A quien se entretuvo con Fordlandia seguro que le entretiene al mismo nivel Ojos negros” afirma Sguiglia. Un libro magnético que resulta imposible soltar desde la primera a la última hoja. Todo un clásico en blanco y negro puesto al día circundando el triángulo Argentina, Angola, México.

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Culturamas, 16 mayo 2012

Por Benito Garrido.

A propósito de su última novela titulada Ojos negros (Editorial Siruela, 2012), hemos entrevistado al escritor argentino Eduardo Sguiglia.


Eduardo Sguiglia (Rosario, 1952) vivió entre 1976 y 1982 exiliado en México, y en la actualidad reside en Buenos Aires. Fue embajador en Angola y actualmente ejerce la docencia universitaria y el periodismo. Hasta la fecha ha publicado seis ensayos sobre la sociedad argentina (merecedores de dos premios nacionales), diversos cuentos y cuatro novelas ya traducidas a diferentes idiomas. Fordlandia (Siruela, 2004) fue elegida como una de las mejores cuatro obras del año 2002 por The Washington Post y también resultó finalista del Dublin Literary Award.
Drama, aventura, corrupción y contrabando en tierras de África por el control de los diamantes en el mercado negro.
A comienzos de 2002, un argentino desempleado y al borde de la ruina económica, acepta viajar a África para cumplir una misión casi imposible. Una apuesta a ciegas, a todo o nada, donde el todo es la riqueza y el final de las privaciones y el nada, la muerte. El Congo y Angola son los espacios donde esa apuesta habrá de dirimirse y los diamantes, el trofeo ganador. Miguel ingresa sin querer en una red de traficantes de piedras preciosas, y tras ese mundo de riquezas desmesuradas y traiciones automáticas están los epígonos de una guerra civil, la súbita erupción de la violencia, los mineros explotados. Y también, como un frágil sueño que se niega a ser parte de la pesadilla que lo envuelve, está el amor de una mujer inesperada que lo incita a olvidar su apuesta y que le promete una felicidad que jamás imaginó.
Ojos negros es una novela magnética, sugerente. Sin pausas ni concesiones, Eduardo Sguiglia lleva al lector de la mano hacia un viaje inesperado que, como no podía ser de otro modo, desemboca en un final donde literatura y aventura hacen las paces. Sorprendente.

Entrevista:

P.- ¿Qué va a encontrar el seguidor de los ensayos de Sguiglia en una novela como esta para que le pueda enganchar?
Creo que las novelas respiran y laten de un modo muy diferente a los ensayos. Espero que el lector pueda disfrutar de estas diferencias en Ojos Negros.
P.- ¿Qué buscabas al escribir esta novela, cuál era tu intención?
La intención fue, de algún modo, reflejar lo que somos capaces de hacer los seres humanos en momentos de crisis y desolación. Cuando la vida nos transporta de aquí para allá con una expresión furiosa, interrogante y triste.
P.- ¿Te sirvió de mucho la experiencia como embajador, en Angola precisamente, para escribir una historia que se desarrolla en ese país?
Mucho, sí. Conocer el África en general, y en Angola en particular, fue una experiencia extraordinaria para mí. Me permitió comprender otras culturas, otros tipos de humor, de solidaridad, y otras formas, muy ricas y complejas, de ver el mundo. También experimentar el racismo y registrar los prejuicios que existen en las relaciones entre blancos, mulatos y negros.
P.- Realmente, ¿es tan sucia y horrible la producción y comercialización que se esconde tras el intenso brillo de un diamante?
Las condiciones de la extracción y la venta de los diamantes africanos son terribles. Están comprobadas y muy bien documentadas, por cierto.
P.- ¿Quizás podríamos hablar todavía de coletazos heredados de la explotación colonial y sus métodos?
En distintas zonas de África los viejos métodos de explotación colonial siguen vigentes, aunque hayan cambiado nombres, banderas o símbolos.
P.- ¿Son precisamente la ambición del ser humano y su ansia de poder, riqueza y lujo (el diamante como evidencia), catalizadores que llevan a sacar lo peor de las personas?
Esos dos aspectos suelen explicar, parcialmente, las barbaridades que practicamos como especie.
P.- Ahí están la violencia y la traición, quizás ¿como últimos y únicos caminos para resolver determinadas intereses enfrentados?
La historia indica que violencia y traición se manifiestan con mayor frecuencia en las situaciones límite. Los personajes de Ojos Negros transitan por este tipo de situaciones.
P.- ¿Qué crees que sería hoy día necesario en determinados países africanos para que lograsen alcanzar cierto equilibrio y estabilidad?
Buenos gobiernos, cooperación y paz internacional, y, también, la no intervención de las grandes potencias en sus asuntos internos.
P.- Miguel es una claro ejemplo del ciudadano asediado por la crisis, que busca salidas por donde puede. ¿Qué tiene Miguel del propio autor?
Sólo la nacionalidad, aunque ya no estoy tan seguro.
P.- Novela que podría verse perfectamente adaptada al cine. ¿Te lo habías planteado?
No. Pero como amante del cine no me disgusta la idea.
P.- Literatura, entretenimiento, aventuras, denuncia… Tu libro tiene los requisitos para ser favorito del gran público. ¿Tienes muchas expectativas con tu publicación ahora en España?
Ojala que le resulte atractiva a una buena cantidad de lectores españoles. Esto, tomando en cuenta la calidad de la narrativa local, sería un motivo de orgullo para mí.
P.- ¿Podrías hablarnos de tus próximos proyectos?
Llevo escrita la mitad de una nueva novela, y ya estoy pensando la siguiente. Las dos discurren en Argentina.

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Noticias EFE

NOVELA: Eduardo Sguiglia: "El mundo de los diamantes concentra lo peor del ser humano"

por Alfredo Valenzuela


Sevilla, 1 may (EFE).- El escritor argentino Eduardo Sguiglia, autor de la novela "Ojos negros" (Siruela), cuya intriga se ambienta en la región angoleña productora de diamantes, ha dicho a Efe que "el mundo de los diamantes puede concentrar lo peor del ser humano, la explotación, la codicia, la ilegalidad..."
"El mundo de los diamantes es tremendamente atractivo, por lo que tiene de lejano para la gente común, por esa facultad del diamante, esa ilusión de poder y riqueza que tienen los diamantes, pero cuando se corre el velo y se ve cómo se producen y cómo se comercializan uno se encuentra con horrores", ha dicho Sguiglia.
Economista, profesor universitario y diplomático, Sguiglia vivió tres años en Angola como embajador de Argentina, en un periodo del que ha confesado: "Me abrió los ojos a un mundo que no conocía, fue una experiencia impresionante".
A la pregunta de qué necesita el África subsahariana, ha señalado: "Buenos gobiernos, paz y cooperación internacional", y ha añadido: "La explotación colonial fue una salvajada porque se desarticularon las economías, se expoliaron los recursos y se desintegraron las sociedades, por lo que el proceso de reconstrucción social será un proceso histórico, de años".
Sguiglia ha recurrido a un dato reseñado por Kapuscinski para dar una idea de la devastación africana: "Cuando los portugueses se marchan de Angola, sólo se quedan dos médicos para toda la población".
El escritor, no obstante, ha señalado que su amigo el escritor congoleño Pepetela, pseudónimo de Artur Carlos Mauricio Pestana dos Santos, le ha asegurado que la actual crisis económica ha hecho que Angola reciba entre 40.000 y 50.000 portugueses en los últimos años.
El protagonista de "Ojos negros" es un "argentino desempleado y al borde de la ruina económica", un perfil que se hizo frecuente con la última crisis económica que azotó ese país, cuando, según Sguiglia los argentinos "emigraron a donde fuere y a ganarse la vida como diera lugar", e incluso él mismo se los cruzó en Angola en los tres años de su embajada.
Acerca de la crisis en Argentina, Sguiglia ha considerado que "la democracia está consolidada, y en los últimos diez años se ha encontrado un camino propio y autónomo para potenciar sus recursos", y los gobiernos de este periodo ya "no son obedientes a las recetas de los organismos internacionales", a su juicio ajenas al bienestar y el desarrollo del país.
Acerca del protagonista de su novela, que ha de apostar a todo o nada, cuando ingresa a su pesar en una red de traficantes de diamantes, Sguiglia ha señalado que en la vida real "hay que asumir riesgos cuando la razón lo justifica".
Y sobre la traición que sufren los personajes de su novela ha rechazado que esa condición traidora sea connatural al ser humano y que "vale la pena intentar la lealtad con los amigos y con tus propias ideas".
En "Ojos negros", su autor se ha propuesto compaginar "la aventura y la literatura" desde el convencimiento de que crear un argumento "que genere tensión no es nada ajeno a la literatura".
"Me gustan las novelas que cuentan una historia, que me entretengan y que estén bien escritas... Toda novela cuyos personajes viven peripecias fuera de su ambiente natural es una novela de aventuras", ha señalado el autor de "Ojos negros", un drama sobre la corrupción y el contrabando en tierras africanas. EFE

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IDEAL.es - 30 de mayo de 2012

OJOS NEGROS DE SGUIGLIA, RELATO NEGRO POR PARTIDA DOBLE

por José María

La ha leído de un tirón y menos mal que el autor tiene oficio y distrae la atención con alguna pincelada fuera de la acción. Si no me hubiera atragantado.

Eduardo Sguiglia, que nació en Rosario en abril de 1952, es escritor argentino que regresó del exilio a principios de los años ochenta y vive en Buenos Aires.
’ Ojos negros ’ comienza con cita de Pepetela: " Hasta hoy los hombres, quietos, atónitos, están a la espera de Suku-Nzambi, padre de los lundas. ¿Aprenderán algún día a vivir? ¿O eso que van haciendo: producir comida para otros, matarse por deseos infinitos, siempre a la espera de la palabra salvadora de Suku-Nzambi, será realmente la vida? ".
Invitación a la acción. Y ’ Ojos negros ’ es acción. Entra, por derecho propio, pensamos nosotros, en el género de relato negro. Negro por partida doble: por la trama y por el continente, África. Y contiene, además, un tipo de personaje también negro: el militante revolucionario de los años 70 del siglo pasado derrotado por el capitalismo al que quiso tumbar y la lucha por su supervivencia.
El derrotado izquierdista que sale en Ojos negros es el que, sin haber renegado de sus ideales, se deja llevar por la vida, y se mete, en su cauce, de hoz y coz, a trabajar en lo que le sale al paso.
Este es el caso que refleja 'Ojos negros': un argentino (como el autor), antiguo militante de izquierdas (como el autor) acepta viajar a Africa con una misión: conseguir la firma de un tal Tony para que su hermana puede vender la casa paterna de Buenos Aires. El Congo y Angola será el marco donde se desarrolla la mayor parte de la narración; narracción de un tirón, frenética, sin descanso; los que hay, bien dosificados para que el suspense no se nos atragante, los aprovecha el autor para darnos una visión del pasado del personaje; o, a veces, para aleccionarnos sobre aspectos de la realidad africana; verbigracia: el valor de las fuentes orales, el mundo de los antepasados, la significación de las máscaras, autores que escriben sobre Africa (Conrad,Mailer, Pepetela, Gordimer), o se sirve de escena cómica como la del mono y aquí y allá pequeñas pinceladas sobre los diamantes.
Diamantes, si, porque Miguel, el protagonista, va metiéndose, casi sin darse cuenta, en una red de traficantes de piedras preciosas. 'Ojos negros' de paso nos muestra la corrupción en torno a esta joya, la violencia y la explotación de los mineros en trabajos agotadores en las minas de la región de Lundas. Narrada con lenguaje directo, claro, con modismos argentinos cuando el diálogo lo requiere, vocablos mexicanos cuando es preciso, mas algunas que otra frase en las lenguas locales africanas.
Relato circular en el que un policía mexicano, Vargas, escucha la grabación del relato que hace de su aventura el propio Miguel terminando como empieza, si bien con final, relativamente, sorpresivo, pero previsible, valga el contrasentido.
Deciamos que el autor pone esta cita de Pepetela: "Hasta hoy los hombres, quietos, atónitos, están a la espera de Suku-Nzambi, padre de los lundas. ¿Aprenderán algún día a vivir? ¿O eso que van haciendo: producir comida para otros, matarse por deseos infinitos, siempre a la espera de la palabra salvadora de Suku-Nzambi, será realmente la vida?".
Sin duda una invitación a la lucha, el combate. Pepetela es un gran escritor africano. De Angola. Blanco, por cierto. Luchó, con las armas en la mano, contra el colonialismo portugués. El autor y él se conocieron. Quizás tengan afinidades político ideológicas. Suponemos.

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