Aiaiay,
Ed. Sudamericana,
1986
pp. 157

 

Quarta di copertina

    Risueña y a la vez inquietante, la novela Aiaiay se incorpora a la brillante tradición de la literatura fantástica en la Argentina. Los hechos narrados se precipitan en el absurdo ingresando en la dimensión de lo imposible, y al mismo tiempo son irresistiblemente persuasivos, como surgidos de la realidad más innegable. Relaro de sucesos en un pueblo recluido en si mismo, en su sempiterna chismografía y su trama de ambiciones y deseos frustrados. Llega al pueblo un circo de actores estrambóticos y animales disparatados que exacerba la atmósfera del delirio lugareño. Pactos diabólicos, la muerte conviviendo como una presencia inseparable de la vida, la inminencia de una mujer que enamora obsesivamente al narrador. La escritura de Aiaiay, veloz y sorpresiva, es fuente de placer continuo y vehículo hacia esa zona donde se produce la "suspensión voluntaria de la incredulidad".
    Aiaiay fue seleccionada entre la producción narrativa de 1985 por el Fondo Nacional de las Artes, por un jurado compuesto por José Bianco, Josefina Delgado y Jorge Masciangioli.

 


La prima pagina

    El Gran Circo de Oklahoma empezó a llegar a Río Seco el día de los Reyes Magos. Nadie se lo esperaba. Creímos que había llegado el Fin del Mundo.
    La primera aparición fue un fantasma que pocos vieron porque era la siesta más calurosa del año.
    Un grupo de chicos jugaba saltando sobre las maderas que atraversaban el asfalto chirle, y quizá fue la casual disposición de esas tablas en cruces y mantras la que engendró el sortilegio.
    Los adutos que estaban despiertos eran pocos. Don Rolo deistía, en esos precisos instantes, de su atroz promesa. Era el tercer día que venía mirando fijo al sol, desde que el astro nacía haste que se ocultaba avergonzado por la afrenta. Sólo su discípulo, Rolito, que soy yo, asistía a la derrota, medio ciego él también de tanto controlar los ojos, los diamantes, las brasas del maestro.
    Mamita estaba en la plaza, meneándose como abeja entre las flores, porque dice que el calor lo mete en celo de sí mismo. Una voluptuosidad le nace desde las amígdalas y se le desparrama como mermelada claiente por todo el cuerpo; una voluptuosidad que no requiere amante, dice.
    La Campana estaba apostada, firme, con todo el calor bajándole a las piernas flebíticas, consolándose con la agonía de una mosca contra los vidrios de la ventana, obligada a bajar y subir la cabeza para espiar las convulsiones por entre los postigos.

© 1986 - Ed. Sudamericana

   
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