CLAROSCURO
Dalla prima pagina
En verano, en mis días libres, me voy con el auto a mirar el atardecer en algún suburbio. Esa magia, he terminado por deducir, es lo que me ata a esta ciudad hostil y yo lo que me vuelve a atraer cuando intento escaparme.
Una tarde llegué a un pasaje estrangulado por baldíos, vías de tren y por los muros de una fábrica abandonada. Si miraba esos muros altos, pensaba en sombríos campos de concentración, donde se alojaba poca gente que llegaba a formar una especie de familia, un antro en el que reinaba el odio y la eterna humiliación. Si miraba adelante, a los fierros que cortaban la calle, y a los yuyos y a las basuras que ocultaban las vías, pensaba en los caminos que había abandonado en mi vida y en cómo algunas estaciones felices se estaban sepultando en el olvido. Arriba había mucho cielo con nubes rojas que me recordaban un poema de Baudelaire, donde un extranjero niega amar amores y personas, y termina diciendo que sólo quiere adorar a esas nubes, a las maravillosas nubes que pasan y sen van.
Tenía la radio encendida, y la música me ayudaba a elegir los lugares. Me gustó mirar el cielo con las oberturas de Rossini, y me sonreí a mí mismo mirando las vías escondidas en una pausa con melodías orquestadas.
Cuando quise marcharme, el auto no arrancó. Las luces se encendían débiles, y adiviné que la radio había terminado por descargar la batería. Entonces me bajé y vi lo que no había mirado a mis espaldas...