Octopus II. Narradores Argentinos contemporáneos
Univ. Nacional del Litoral,
2002
pp. 115


da DESPEÑADERO

Una de las tonterías que uno suele decir cuando ve a un muchachito o a una muchachita en peligro de arruinarse para siempre es que no puede ser que teniendo toda la vida por delante se obstine en seguir ese camino equivocado como si no tuviera otro frente a sí, sea la droga, la bulimia o la violencia, o todas esas vías juntas, como fue el caso de ese grupito de beatniks sudacas, y la tontería de esa consideració radicaba en no entender que esas pobres criaturas tenían frente a ellos no un mundo pleno de posibilidades, abierto al futuro, sino un único corredor estrecho como pasadizo de alimaña, un túnel por el cuar era necesario arrastrarse y reptar y desmoronarse, no hacia el aniquilamiento sino hacia absolutamente la única escapatoria que atisbaban para salir de lo que veían como una existencia horrible y de la cual evidentemente formaba parte quien les aconsejaba no hacer una locura en una edad en la que tantas, todas las ocasiones están disponibles para construirse un destino grandioso y feliz.
   A Coyuyo hacía tiempo de todas maneras que nadie le aconsejaba nada, seguramente porque cualquiera podía adivinar que hubiera resultado tan inútil como tratar de infundir ternura a un lobo, pero sobre todo porque la bestialidad con que se hechaba a devorar cualquier frasco de pastillas o se inyectaba hasta agua de zanja y reaparecía en el vértigo de cada naufragio rasgueando la guitarra....


da SU NOMBRE DORADO

   Cuando di la conferencia sobre el Orlando Furioso volví a verla. Apareció a los diez minutos de haber empezado, cuando yo estaba contando que Isabella atraviesa una región invadida por infieles, en camino hacia Provenza, donde cuenta con enterrar a su amado muerto en batalla y encerrarse en un convento.
   Me desorientó no verla entrar envuelta en túnicas y tules, como había previsto. El cabello batido y duro de laca, la falda muy corta, y los grandes aretes y la cartera de plástico no resultaban evidentemente inspirados por Ariosto.
   Entró en puntas de pie; los tacones altos, sin embargo, rasparon el piso, y aunque aquel día estuviese decidido a cualquier cosa para enfrentarla y hablarle, especulé absurdamente con que las marcas de sus zapatos podrían ayudarme a rastrearla cuando se escapara.
   Perdí el hilo de la exposición porque pensé muchas cosas mientras la veía avanzar, sonrojándose y mirándome de reojo.
   Siete veces la había visto, y ésta era la quinta conferencia que daba exclusivamente como pretexto para atraerla a mi radio de presencia. Durante meses me había empecinado en encontrar una explicación racional al interés obsesivo que me despertaba esa mujer, esperando que al conocer la causa cesaran sus crueles efectos, pero los sueñ se regocijaban en continuar trayéndola a mis brazos...

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