Detrás de las columnas,
Ed. Losada,
1967
pp. 111

 

Quarta di copertina

Si todo escritor que importe nos ofrece una luz nueva sobre la realidad, un punto de vista posible para revelarnos la trama inesperada de las acciones humanas, es evidente que con Amalia Jamilis surge una personalidad que ha de contar entre las más destacadas de la nueva literatura argentina. Los relatos de Detr ás de las columnas no aspiran a fijar definitivamente en unas cuantas formas reconocibles ese fluir incesante, desconcertante, de la experiencia; la asedian, más bien, a modo de hipótesis, como un investigador se aventura hacia lo desconocido, como un creador que prepara sus instrumentos paro lo imprevisible. Anéctodas, perso-najes, situaciones, se pierden y reencuentran, se aclaran retrospectivamente o se anuncian como inquietantes presagios. Una topografìa desconocida se perfila lentamente: en este universo de ficción que se funde y se separa volublemente de la realidad visible, que evoca los sueños o las conversaciones más triviales, la incomprensión de un testigo infantil a la ardua lucidez del adulto, una vieja casona en Glew, un disco de Stephane Grapelly, un paquete de Bay Biscuits, revelan esos motivos apenas intuidos, tan diferentes de los que la conciencia prefiere admitir como motor de sus procesos.


La prima pagina

FONDO DE ESPEJO

    A lo mejor esto horrible que me ha sucedido es sólo un sueño, pero no es un sueño y entonces tengo que volver al espejo y convencerme, aunque después la unica solución sea saltar por la ventana.
   Pienso que estoy verdaderamente muerta, no solamente el espíritu, ya que al ver esto en el espejo debo creer que tiene relación con lo ocurrido hace tantos anos en la quinta de Glew, donde yo encontré una muerte ardiente, entre agudos cric-crac, junto a una vieja encina. Entonces estaré aún sepultada bajos las hojas marchitas de los tilos. Isabel Flores, la italiana, el chófer, el tucumano habràn sido otros tantos sueños y Mariano podría recordarme como una niñita complaciente, peinada en bandós por mi tía Paula.
    Al mismo tiempo hay hechos ciertos como aquéllos, pero cercanos, y tal vez los otros piensen que son éstos lo que formaron la historia.
    Hubo una época en que ir los martes a lo de Isabel, a ese pisito en los altos de un edificio nuevo, blanqueado por el sol, en el barrio de Almagro, era una necesidad, si bien incomprensible, impostergable, y llena de inquietud y de fastidio. El milagro era que hubiese llegado a ser una costumbre, luego podía ocurrir cualquier cosa…

© 1967 - Ed. Losada

   
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