Ni perros ni gatos,
Ed. Torres Agüero,
1987
pp. 217

 

"Como en algunas narraciones de Hemingway, Dal Masetto demuestra tener un excelente oído y una gran intuición para ir buscando, en el caos de las palabras, la estructura de una secuencia dramática." (Miguel Briante)


Dalla quarta di copertina

La realidad está ahí y a menudo aparece como un decorado inamovible. Salvo cuando es transformada por la imaginación, ese universo frecuentado por los niños y los poetas. Los protagonistas de Ni perros ni gatos transitan las calles de la ciudad, los bares, los sitios comunes a todos. El lector se sentirá identificado y verá reflejados en ellos a personajes que conoce. Pero el ojo que los registra en estas páginas va un poco más allá de la superficie, sospecha permanentemente, sabe de otras posibilidades detrás de la inmediatas y evidentes. Una fauna curiosa, viva, palpitante, sobre cuyas historias se desliza una mirada irónica, afectiva y a veces también espantada. El humor, la poesía, el horror, se dan la mano para rescatar un mundo inquietante e inédito. Así como son inéditos en la literatura argentina esta serie de textos que sería imposible encasillar en algún género determinado.


Dal racconto "Drama"

    Madrugada, parrilla La Tertulia. Sólo quedan el hombre y un flaco rubio que toma vino blanco. Han estado hablando de mesa a mesa, desganadamente, sobre los temas de siempre: política, violencia, costo de la vida. En algún momento, el flaco comenta: "Tengo un problema." El hombre sabe que ésta es la hora de las confesiones y se limita a esperar. El otro toma un trago, prende un cigarrillo y arranca: "Yo vivo con mi vieja. La cosa empezó hace unos días. Había estado jugando al pool y chupando ginebra con unos amigos. Volví tarde. La verdad es que estaba bastante mamado. Me tiré a dormir y me desperté que todavía era de noche, con una sed infiernal. Tenía la boca como papel de lija. Fui a la cocina y en la heladera no había nada para tomar. Ni soda, ni vino: nada. Abrí una canilla, abrí otra, probé en todas y no había agua. Me empecé a volver loco. Busqué en los baldes, en las cacerolas, en los armarios: nada. El único líquido que había en la casa era el del vaso en que mi vieja deja la dentadura postiza todas las noches antes de irse a dormir."
    Pausa. Después: "¿Sabe lo que hice?" "No me lo imagino." "No es muy agradable lo que le voy a contar." El hombre evita hacer comentarios. El flaco sigue: "Saqué la dentadura, me tomé el agua y volví a dejar la dentadura en el vaso." Ahora el hombre lo observa con cierta curiosidad.
    "Ahí empezó la historia." (...)

© 1987 - Torres Agüero

   
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