La historia que nunca les conté. El libro de Gisela. Polonia 1943-1944,
Ed. Norma,
2005
pp. 126
con Mariano Fiszman

 

Dalla quarta di copertina

Desde febrero de 1943 hasta julio de 1944 - cuando los soviéticos ingresaron en Polonia tras el repliegue nazi después del desastre en el Frente Oriental -, Gisela Gleis, su marido Max, su hermano Alter, y Wanda, su cuñada, permanecieron ocultos en el sótano de una casa en la pequeña ciudad de Stanislawow, a sõlo dos manzanas de la sede local de la Gestapo.

Ed dueño de casa, un católico llamado Staszek, eligió correr el riesgo de ocultarlos junto a otros veitiocho judíos polacos. Supervivencia de topos alimentados a duras penas con pan, a veces cebollas o papas. Dieciocho meses en el sótano, en absoluto silencio durante las interminables e inseguras horas del día, para cavar incansables por las noches un túnel que les permitiera escapar por las cloacas y hoyos para ampliar el sótano y lograr así una precaria intimidad. Mientras el jardín de la casa iba elevando su altura pesigrosamente por la tierra de las excavaciones, abajo dominaba el hacinamiento, la incertidumbre, las pesadillas, pero también las inconfesadas esperanzas y las tareas que se imponían para evitar la demencia.

La historia que nunca les conté es el relato minucioso de la vida de esas treinta y dos personas encerradas durante un año y medio bajo tierra, acosadas por la violencia nazi. Un relato de resistencia que Raschella y Fiszman urden magistralmente a partir del testimonio indeleble de Gisela Gleis de Saginur, que vivió y murió en la Argentina en 2001.

 


La prima pagina

    Buenos Aires, verano del 2000.
    Queridos nietos:
    Esta mañana hubo en la casa una gran tormenta que duró poco. Tormenta de verano, dicen. En el fondo, algunas maderas estaban apenas sujetas por sogas y epezaron a caerse. Entonces escuché el ruido de un avioón, lejos, y también se me apareció una rata.
    La rata llegaba del abismo.
    Nunca hasta ahora les hablé de ciertas cosas de la vida pasada. Cosas que pasaron antes de que naciera Jorge, que ya les debe parecer un viejo y para mí es como si todavía lo estuviera viendo de chico. A él ya le conté, él sabe. Pero ahora quiero contarles a ustedes.
    Después que terminó la guerra, el abuelo Max y yo nos fuimos de Europa para siempre. No guardábamos nada. Íbamos, con la vida. Llegamos a la Argentina desde el Paraguay sin visa. Cruzamos el río Pilcomayo en el bote de un contrabandista, de noche, tomamos el tren, ya estábamos acostumbrados a los viajes largos pero de repente vi esta ciudad y me quise morir. Aquí no existíamos. Entrábamos a casas de gente ajena. Todo era extraño.
    Al principio no sabía el idioma, pero con el tiempo mi latín se volvió castellano, y así lo hablo.

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