Malditos los gallos,
Ed. Finnegans,
1979
pp. 92

 

Dall'introduzione di Raúl Gustavo Aguirre

Si “lo grave es lo que nos ha sido encomendado”, en el decir de Heidegger, aquí esta sentencia halla pleno sentido: los poemas de Roberto Vicente Raschella surgen de una evidente y tocante gravedad: son serios , si con ello queremos decir que tratan de configurar casi hasta con desesperación los matices más fugaces del sentido, y del sentimiento; si queremos decir con ello que no son ensayos ni divertimientos sino que tienen algo de grito, de comprobación alarmante, de advertencia trágica, como lo expresa bien esta línea que es la única que me propongo citar aquí y que, a mi parecer, resume patéticamente su poética: Poesía, vienes de lo negro.

 


Da Poema de la familia

La calle, Arbol de filos. Negro paraguas.
Gravitado por la madre parca
Y un silencio de suicidas y de velos,
El escalpor cerrado, el hondo tifo,
jamás voces ni esmeralda.
El perro y el aire mueren – la baba de piedad alumbra
El patio – y cimbran por las aguas compadecedoras,
en los cálatros.
La pala desciende. Estoy partido.
Escapo al manto materno, al ojo maligno
Del ocaso, al repentino cruce de los hierros:
enero me revela, enero me enferma.
Pero es siempre paredro lo fatal.
He pasado. No se hincan por mí.
Junto a la hendija cenicienta, y aquel caballo
Saltando sobre el techo, me transpasan,
me hacen miedo. El sol calca las espaldas suspendidas
en restos de piedras, de espejismos, de narradas
palomas azulejas : ninguna forma de amor.
Pacen mordiendo medidas de sueño y vicio
los muchachos agudos, los rostros pascuales,
las sombras tempranas. Llevan espinas, llevan
dientes de cordero. Embestidos, entran y navegan:
la ciudad es una espuma de muerte, una terrenal sandalia
que los potentes míseros enciman a la lengua
parda de las capillas. (...)

 

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