El cerco del deseo,
Ed. Sudamericana,
1994

 

Da El sueño de Arcimboldo

    Una mujer es la mujer, se dijo Florencia y repitió el nombre del artículo de la revista que había quedado abierta entre las tazas del desayuno. "La mujer es una mujer. Una mujer es una mujer", jugó. "Una mujer es la mujer" dijo luego en voz alta a Andrés, su marido, que recogía el delantal blanco de maestro y la despedía con un beso en la boca y una caricia en el vientre abultado donde el niño vivía, pronto a ver el mundo.
    Ni bien él hubo salido, ella caminó hasta la habitación contigua, observó el sueño del hijo menor, Ricardito, el sueño de las chicas, Estela y Clara, y fue a su dormitorio a entregarse a las ensoñaciones. Todo esto me aburre, dijo después en voz alta, sin saber bien a qué se refería. Cuando llegó la empleada doméstica dio algunas indicaciones, se vistió con la túnica celeste que se había convertido en el uniforme de esa temporada y salió, exactamente media hora más tarde que el marido. ¿Cuándo dejaré de parir?, se preguntó mientras todo a su alrededor saludaba la nueva mañana.
    El día era fresco, pero Florencia tenía el calor del embarazo, y el otoño incipiente le parecía verano. Tomó el colectivo que a esa hora temprana y en esa dirección solía ser cómodo. Los hombres, casi todos trabajadores del puerto, iban sentados, pero vieron su panza y le ofrecieron asiento de inmediato. Ella aceptó a uno de ellos, ya que apenas podía estar de pie.

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